Como saben, he sido y aún sigo siendo firme
defensor de la Constitución y de la teorÃa y práctica que contempla a
España como una democracia. Pero está empezando a cuartearse mi
voluntad. Porque no hay nada peor que una dictadura encubierta en las
formas de la democracia:
Controlar y condicionar exhaustivamente y a capricho los medios de comunicación no es muy democrático.
Convertir el Parlamento en un inútil combate tampoco lo es.
Endurecer las actuaciones policiales y sus coberturas legales hasta que
los ciudadanos sientan temor ante cualquier expresión de libertad
colectiva o individual deja mucho que desear en una buena y justa
organización de un sistema polÃtico.
Que los principales partidos
polÃticos babeen con las aventuras del Jefe del Estado dista mucho del
vigor democrático exigible. Y que se mantenga a ultranza la duda de si
la institución monárquica es la deseada por el pueblo y no contrastarlo
en consulta sienta la base para el descontento de las nuevas
generaciones y una parte importante de la actual.
Recortar las
posibilidades de buena salud de la gente es innoble y mercantil, y negar
atención sanitaria a inmigrantes ilegales convierte en repulsivos a los
polÃticos que toman tal decisión, aparte de la monstruosidad ética,
conceptual y repelente al desconocer que ningún ser humano es ilegal,
tenga o no tenga papeles.
Cerdear con la economÃa en la educación es
infamia y muestra el valor y aprecio que estos individuos, incluso
despidiendo a miles de maestros, conceden a lo que deberÃa ser lo más
sagrado de toda actuación polÃtica. Que además anticipa el nulo deseo de
alcanzar acuerdo en lo ideológico, verdadera clave de la ejemplaridad
democrática de un paÃs.
Cebarse en los económicamente débiles y
proteger a los poderosos es simplemente de canallas, con la vergüenza
nacional añadida de amnistiar fiscal y penalmente a los grandes
defraudadores. Y reducir los derechos laborales hasta el esperpento
social y capitalista es establecer la discordia de clases, por mucha
apatÃa y resignación obligada que aún muestren los afectados, que algún
dÃa resucitarán.
Culpar de todo al anterior y ocultar la catástrofe
de tus gobernantes autonómicos es un acto miserable y una coartada
repugnante, de no muy largo alcance, pues algún dÃa tendrán que asumir
su propia responsabilidad.
Someterse en todos los aspectos a la
Iglesia católica y a sus Congregaciones más poderosas es humillante para
España, nefasto para sus finanzas, y la aleja de los paÃses
importantes.
Gobernar sin luchar contra la corrupción de su partido y aledaños es altamente sospechoso.
Cercenar la cultura es escuetamente de bestias.
Recortar y no aumentar la inversión en ciencia te hunde definitivamente en el pozo del atraso.
Empobrecer sin lÃmites a un paÃs es de ineptos.
Es muy duro ser demócrata en estas condiciones. Aunque todavÃa no se
haya articulado un sistema mejor, pero creer que se está en posesión de
la verdad y no dialogarlo ni discutirlo con nadie te convierte en
abusador de aquello para lo que los ciudadanos le han autorizado, el
falso cheque en blanco de cuatro años de duración, y utilizar el BoletÃn
Oficial del Estado como ametralladora contra el pueblo, te convierte en
dictador. Tantas cosas malas y ni una sola buena. El PP y el Gobierno
han convertido España en una fábrica de antidemócratas.
-Arturo González-
Columnista en Público.es
Fuente: Público.es
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