Epicteto nació en Hierápolis, Frigia (la actual
Pamukkale, Turquía) aproximadamente hacia el año 55 DC. Falleció en Nicópolis,
Grecia, hacia el 135 DC cuando tenía ya cerca de 80 años.

Su
verdadero nombre, si es que tuvo algún otro, no ha llegado a nosotros.
La
palabra
epiktetos en griego significa “adquirido” o “comprado”. Durante
sus primeros años fue esclavo de un personaje muy rico del entorno de Nerón y,
siendo todavía esclavo, fue discípulo del filósofo estoico romano Musonio Rufo.
Físicamente se hallaba impedido en una pierna y rengueaba; según algunos fue su
amo el que se la quebró, según otros se trató de una condición de
nacimiento.
No sabemos muy bien cómo fue que obtuvo la libertad, pero lo cierto es que
comenzó a enseñar filosofía y, cuando en el año 93 Domiciano expulsó a todos los
filósofos de Roma, Epicteto se estableció en la ciudad griega de Nicópolis,
donde fundó una escuela filosófica y permaneció hasta su muerte.
Que sepamos, no dejó nada escrito, al igual que Sócrates a quien admiraba.
Así como el pensamiento de Sócrates nos ha llegado gracias a su discípulo
Platón, del mismo modo conocemos el de Epicteto gracias a su discípulo Lucio
Flavio Arrio – al que no debemos confundir con Arrio de Alejandría, el iniciador
de la herejía arriana y que vivió entre los Siglos III y IV DC.
Lucio Flavio Arrio estudió con Epicteto allá por el 108 DC. Su obra principal
son sus
Discursos, de los cuales se conservan cuatro de un total de
ocho, y el
Enquiridion que significa “Manual” y que contiene las
enseñanzas de Epicteto en forma de sentencias cortas que reflejan los dichos del
maestro. Según el testimonio de Arrio, cuando escuchaba a Epicteto: “. .
.cualquier cosa que decía, yo tomaba nota de su forma de pensar y de la
franqueza de su discurso, palabra por palabra y para mi uso propio.”
El
Enquiridion o “Manual de Epicteto” no es, pues, un tratado
prolijamente elaborado sino un conjunto de notas tomadas por un discípulo. Y es
importante tener esto en cuenta ya que, de otro modo, podría cometerse el error
de pensar que Epicteto tenía un estilo más bien pobre y la tendencia de saltar
de un tema a otro sin una coherencia demasiado estricta. Que ello no es así se
infiere fácilmente y no en última instancia de las importantes personalidades
que buscaron su consejo. Fueron muchos los que fueron a Nicópolis a escucharlo,
entre ellos incluso Adriano, el emperador.
Epicteto vivió una vida larga, muy sencilla, con muy pocas posesiones
personales. Ya a una edad avanzada adoptó a un niño abandonado y lo crió con la
ayuda de una mujer que lo atendía. Su preocupación principal fue la ética y la
moral, un rasgo que puede decirse que es común a los estoicos, pero en él esta
inquietud está enfocada en la “verdadera naturaleza de las cosas” y, dentro de
este concepto, hace la distinción de lo que “está bajo nuestro control”, vale
decir: lo que depende de nosotros mismos, y lo que esta “fuera de nuestro
control” y por lo tanto depende, ya sea de la Naturaleza misma o bien de los
demás. En la primera categoría se incluyen conceptos tales como el razonamiento,
el deseo, el rechazo, los impulsos y las pasiones. A la segunda categoría
pertenecen la salud, las riquezas materiales, la fama, los honores y cosas
similares.
Hecha la distinción, Epicteto establece luego dos conceptos fundamentales: el
de la
prohairesis y el de la
dihairesis.
La
prohairesis – que podríamos traducir libremente por “voluntad” o quizás
más correctamente por “libre albedrío” – es lo que distingue al ser humano de
todos los demás seres vivos. En este sentido, según Epicteto, “somos nuestra
prohairesis”; vale decir, somos lo que por nuestro libre albedrío hemos
decidido ser; somos lo que elegimos. En contrapartida, la
dihairesis
proviene de Sócrates y Platón. Es un método fundado en la posibilidad de dividir
grandes grupos en partes relativamente iguales hasta lograr una definición. En
Epicteto,
la dihairesis es lo que utiliza nuestro libre albedrío para
distinguir aquello que está bajo nuestro control de aquello que no lo está.
La conclusión final de esta filosofía es que el bien y el mal se relacionan
exclusivamente con nuestra prohairesis, es decir: con nuestro libre
albedrío, por lo que no dependen de las cosas externas o circunstanciales. En
otras palabras:
somos nuestro propio bien y nuestro propio mal, más allá de las
circunstancias, puesto que la facultad de elegir reside en nuestro libre
albedrío. Somos nosotros los que elegimos. Tenemos la facultad de elegir entre
el bien y el mal y, por lo tanto, somos responsables por nuestro propio Destino
ya que el mismo está en nuestras propias manos. No así la Fatalidad, que es lo
que “nos sucede” y que responde a causas externas fuera de nuestro control,
mientras que al Destino lo vamos construyendo con las cosas que hacemos suceder
porque las elegimos.
La consecuencia principal de este enfoque es que no debemos permitir que las
cosas externas influyan en nuestras determinaciones ni alteren nuestro ánimo.
Siendo que no están bajo nuestro control, nada podemos hacer por evitarlas.
Pero, en
contrapartida, está bajo nuestro control el permitir, o no permitir,
que nos afecten. Conociendo, pues, la verdadera “naturaleza de las cosas” – o
bien, lo que es lo mismo, el orden imperante en la Naturaleza y el Cosmos –
estaremos en condiciones de llevar una vida caracterizada por la serenidad y el
equilibrio. No permitiremos que lo externo nos afecte y, ejerciendo nuestra
voluntad, no sólo podremos rechazar el mal sino hasta utilizarlo como elemento
de aprendizaje para acceder al Supremo Bien.
D
Martos
ENQUIRIDION
(o Manual de Epicteto)
Compilado por Lucio Flavio Arrio hacia año
135 DC
Traducido de la versión inglesa de Elizabeth Carter
1. Hay cosas que están bajo nuestro control y otras que no
lo están. Bajo nuestro control se hallan las opiniones, las preferencias, los
deseos, las aversiones y, en una palabra, todo lo que es inherente a nuestras
acciones. Fuera de nuestro control está el cuerpo, las riquezas, la reputación,
las autoridades y, en una palabra, todo lo que no es inherente a nuestras
acciones.
Lo que controlamos es libre por naturaleza y no puede ser impedido ni
impuesto a ningún hombre; pero lo que no controlamos es débil, servil, limitado,
y sujeto a un poder ajeno. Recuerda, pues, que te perjudicarás si consideras
libre y tuyo lo que por naturaleza es servil y ajeno. Te lamentarás, te
confundirás, y terminarás culpando a los dioses y a los hombres de tu desgracia.
Por el contrario, nadie podrá impedirte ni imponerte algo si consideras tuyo
sólo lo que en verdad te pertenece y ajeno lo que en efecto es de otros. De esa
forma, no criticarás a nadie ni acusarás a nadie; no harás nada en contra de tu
voluntad, no tendrás enemigos y no sufrirás ningún perjuicio.
Si deseas los bienes realmente grandes, recuerda que no debes permitirte el
deseo – ni siquiera leve – de alcanzar cosas de menor importancia. Por el
contrario, deberás renunciar por completo a ciertas cosas y posponer otras por
el momento. Porque, si quieres poseer tanto los bienes grandes como los
intrascendentes, tales como el poder y la riqueza, no obtendrás éstos últimos y
perderás los primeros también; fracasarás absolutamente en obtener los
verdaderos medios indispensables para lograr la felicidad y la libertad.
Por lo tanto, haz el esfuerzo de poder decir ante cada adversidad: “No eres
más que apariencia; no eres en absoluto lo que pareces ser.” Y luego examina esa
adversidad con las reglas que tienes para ello; principalmente por la que te
permite establecer si concierne las cosas que están bajo tu control o si
concierne aquellas que no lo están; y, si tiene que ver con algo que no depende
de ti, prepárate para decir que no te importa.
2. Recuerda que el ceder al deseo implica la posibilidad de
obtener lo que quieres conseguir mientras que la aversión quizás te lleve a
prescindir de lo que quieres evitar. Y así como es desdichado el que se ve
frustrado en lo que desea, así de miserable es quien cae en lo que más quisiera
evitar. Por lo tanto, nunca caerás en lo que aborreces si limitas tu aversión a
tan sólo aquellas cosas que son contrarias al empleo natural de tus facultades,
siendo que estas facultades se encuentran bajo tu control. Pero serás
desgraciado si tienes aversión por lo que no depende de ti, como la enfermedad,
la muerte o la pobreza. Retira, pues, tu aversión de todas las cosas que están
fuera de tu control y transfiere tu rechazo a aquellas que son contrarias a la
naturaleza de lo que controlas y depende de ti. Por de pronto, suprime todo
deseo intenso; porque si deseas cosas que no dependen de ti, es seguro que te
verás frustrado y si deseas las que de ti dependen y que sería laudable tener,
advierte que todavía no estás preparado para tenerlas. Por lo cual, si quieres
proceder en forma correcta, acércate a ellas de manera que puedas retirarte
cuando quieras, y aun ello hazlo con medida y discreción.
3. En cuanto a cualquier objeto que te cause placer, que sea
útil o que ames profundamente, comenzando con las cosas más insignificantes, no
te olvides de considerar cuál es su naturaleza. Por ejemplo, si aprecias una
copa de cerámica en especial, entiende que son las copas de cerámica en general
las que aprecias. De este modo, si se te rompe, no te alterarás. Del mismo modo,
si besas a tu hijo o a tu mujer, acuérdate que es mortal todo lo que besas y de
este modo no te desesperarás si la muerte te lo arrebata.
4. Antes de realizar cualquier acción, ten en claro la clase
de acción que estás por realizar. Si has resuelto ir al baño público,
represéntate las cosas que generalmente suceden en esos baños: algunas personas
salpican con agua, otros se empujan, algunas utilizan un lenguaje impropio y
otros roban. Por consiguiente realizarás esta acción de un modo más seguro si te
dices: “Iré al baño público, pero mantendré mi mente de acuerdo con el modo
natural de vivir que me he propuesto.” Procede así en todo lo que emprendas;
porque de este modo, si te sucede algún inconveniente durante el baño podrás
decir con firmeza: “No he venido tan sólo a bañarme sino también a mantener mi
mente en un estado conforme a la naturaleza, y no podría hacerlo si permito que
me alteren las cosas que aquí suceden.”
5. No son las cosas las que atormenta a los hombres sino los
principios y las opiniones que los hombres se forman acerca de ellas. La muerte,
por ejemplo, no es terrible; si lo fuera, así le habría parecido a Sócrates. Lo
que hace horrible a la muerte es el terror que sentimos por la opinión que de
ella nos hemos formado. En consecuencia, si nos hallamos impedidos, turbados o
apenados, nunca culpemos de ello a los demás sino a nuestras propias opiniones.
Un ignorante le echará la culpa a los demás por su propia miseria. Alguien que
empieza a ser instruido se echará la culpa a sí mismo. Alguien perfectamente
instruido ni se reprochará a sí mismo, ni tampoco a los demás.
6. No te pavonees con alguna excelencia que no te es propia.
Si un caballo pudiese decir “soy hermoso”, eso sería tolerable. Pero si tú eres
orgulloso y dices “tengo un caballo hermoso” ten presente que, de hecho, estás
vanagloriándote tan sólo de una cualidad que es del caballo. ¿Qué es, pues, lo
tuyo? Solamente tu reacción ante la apariencia de las cosas. Por ello, si
consideras las cosas conforme a su naturaleza y te comportas de acuerdo con
ello, entonces podrás estar orgulloso con razón; porque te dará orgullo un bien
que realmente te pertenece.
7. Imagínate que, estando embarcado, el barco echa anclas y
tú desembarcas. Si vas a la playa a buscar agua, podrías entretenerte por el
camino juntando almejas o setas. Pero tus pensamientos y tu atención deberían
estar puestos en el barco, esperando la llamada del capitán; porque ante esa
llamada deberías dejar inmediatamente lo que te entretiene, no sea cosa que te
vengan a buscar y te arrojen a bordo atado de pies y manos como un cordero. En
la vida sucede lo mismo. Si te es dada una esposa o un hijo está bien que los
ames y los disfrutes. Pero si llama el capitán, tendrás que dejarlos e ir hacia
el barco sin mirar atrás. Y si ya eres viejo, nunca te alejes de la nave; no
vaya a suceder que te llamen y no estés en condiciones de presentarte.
8. No exijas que las cosas sucedan tal como lo deseas.
Procura desearlas tal como suceden y todo ocurrirá según tus deseos.
9. La enfermedad es un impedimento del cuerpo, pero no de tu
libre albedrío; a menos que decidas que lo sea. Si eres rengo, es tu pierna la
que está impedida; no tu voluntad. Considera esto en relación con todo lo que
ocurre y verás que esos obstáculos no son un impedimento para ti, aunque lo sean
para los demás.
10. Ante cada acontecimiento pregúntate qué habilidades
tienes para dominarlo. Si ves una mujer atractiva, hallarás que el autodominio
es la habilidad que tienes para dominar el deseo. Si sientes dolor, hallarás que
dispones de la fortaleza. Si te injurian, encontrarás paciencia. Acostumbrándote
a actuar de esta manera no serás arrastrado por la apariencia de las cosas.
11. Nunca digas “lo he perdido” sino “lo he devuelto”. ¿Ha
muerto tu hijo? Lo has devuelto a quien te lo había dado. ¿Ha muerto tu mujer?
La has regresado a quien te la dio. ¿Te han quitado tus propiedades? También eso
has restituido. “Pero – dirás – el que me las quitó es una mala persona.” ¿Y a
ti qué te importa en qué manos pone lo que devuelves Aquél que te lo ha dado?
Mientras te lo haya dado a ti, cuídalo, pero no lo consideres tuyo, del mismo
modo en que el viajero no considera suya la posada donde se aloja.
12. Si quieres ser mejor, rechaza razonamientos tales como:
“Si desatiendo mis asuntos, no tendré ingresos; si no corrijo a mi sirviente,
saldrá malo.” Es mejor morir con hambre, libre de pesadumbres y miedos, que
vivir en la abundancia pero desequilibrado; y es mejor que tu sirviente sea malo
a que tu seas desdichado.
Comienza, por lo tanto, con pequeñas cosas. ¿Se ha derramado un poco de
aceite? ¿Se han robado un poco de vino? Piensa en lo siguiente: “Éste es el
precio de la serenidad y la tranquilidad; y nada es gratis en esta vida” Si
llamas a tu sirviente, es posible que no venga; y si viene, es posible que no
haga lo que deseas. Pero de ninguna manera tu sirviente es tan importante como
para otorgarle el poder de alterarte en modo alguno.
13. Si quieres ser mejor, acepta que te consideren
extravagante y tonto respecto de las cosas externas. No pretendas hacer creer
que lo sabes todo; y aun si pareces ser alguien importante, desconfía de ti
mismo. Porque es difícil mantener la capacidad de vivir conforme a la naturaleza
y adquirir cosas externas al mismo tiempo. No se puede hacer lo uno sin
desatender a lo otro.
14. Si deseas que tus hijos, tu esposa o tus amigos vivan
por siempre, eres un estúpido ya que pretendes controlar cosas que no puedes y
deseas cosas que pertenecen a otros. En forma similar, si deseas que tu
sirviente no tenga faltas, eres ridículo, porque quisieras que el vicio no sea
vicio. Pero si quieres que tus deseos no se vean frustrados, eso depende de ti.
Ejercita por lo tanto aquello que está bajo tu control. Tendrá poder sobre los
demás quien puede dar lo que otros desean y quitar lo que otros aborrecen. Por
lo tanto, quien quiera ser libre, deberá acostumbrarse a no tener deseo ni
aversión alguna de todo lo que depende del poder ajeno. De otra manera, será
necesariamente un esclavo.
15. Recuerda que en la vida debes comportarte como en un
banquete. ¿Te ofrecen algo? Extiende tu mano y toma tu parte con moderación. ¿Ha
pasado de largo? No lo detengas. ¿Aun no ha sido ofrecido? No extiendas tu deseo
hacia ello; espera que llegue a ti. Haz esto en relación con hijos, esposa,
cargos públicos, riquezas, y llegarás a ser un digno participante del banquete
de los dioses. Pero si ni siquiera tomas las cosas que otros ponen ante ti y
puedes rechazarlas, no sólo serás un participante del banquete de los dioses
sino también de su Imperio. Porque precisamente por hacer esto es que Diógenes y
Heráclito fueron, con justicia, llamados divinos.
16. Si ves a alguien lamentándose angustiado porque su hijo
se ha ido lejos, o ha fallecido, o porque ha sufrido una pérdida en sus
propiedades, asegúrate de que las apariencias no te engañen. En lugar de ello,
distingue lo observado con tu mente y prepárate a decir: “No es el hecho lo que
aflige a esta persona ya que sólo lo aflige a él y no a otro; lo que lo
atormenta es la opinión que ha concebido sobre lo que ocurrió.” Luego, cuando
hables, no te pongas a su nivel y por cierto no te sumes a sus lamentos. Pero
tampoco te lamentes en tu interior.
17. Recuerda que eres el actor de un drama y desempeñas el
papel que el Autor ha querido conferirte. Será un papel largo si te lo adjudicó
así, y será corto si decidió darte un papel breve. Si le place, actuarás de
hombre pobre, de tullido, de príncipe o de artesano; y tú asegúrate de
representar ese papel con naturalidad. Tu misión es desempeñar bien el papel que
te han asignado; el elegir ese papel es función de otro.
18. No te dejes alterar por el graznido desafortunado de
algún cuervo. Reflexiona inmediatamente así: “Ninguna de estas cosas me vaticina
algo; el vaticinio es para mi mezquino cuerpo, o para mi propiedad, mi
reputación, o mis hijos, o mi mujer. Para mí todos los augurios son buenos si yo
lo quiero así. Porque pase lo que pase, está en mi poder aprovechar lo que
suceda para algo fructífero.”
Nota:
El
graznido de un cuervo en determinados momentos se consideraba
un acontecimiento de mal agüero.
19. Puedes ser invencible con sólo no aceptar un combate
cuya victoria no esté bajo tu control. Por consiguiente, si ves a alguien
cubierto de honores o poder, o que goza de alta estima, o resulta favorecido de
cualquier otro modo, no te dejes llevar por las apariencias y no lo consideres
feliz. Porque, si la esencia del bien reside en las cosas que podemos controlar,
no hay razón para dar lugar a los celos y a la envidia. Por tu parte, no desees
ser general, o senador, o cónsul, sino libre; y la única manera de lograrlo es
menospreciando aquello que no controlamos.
20. Recuerda que no insulta aquél que injuria o golpea; lo
que insulta es el criterio que establece estas acciones como ofensivas. Por lo
tanto, si alguien te provoca, ten presente que es tu propia opinión la que te
está provocando. En primer lugar, pues, trata de no dejarte llevar por las
apariencias. Porque una vez que hayas ganado tiempo y te has dado un respiro, te
controlarás con mayor facilidad.
21. Deja que la muerte, el exilio, y todas las demás cosas
que parecen terribles parezcan cotidianas ante tus ojos. Pero especialmente no
temas a la muerte y así nunca tendrás un pensamiento innoble ni desearás algo
con exageración.
22. Si tienes el firme propósito de comprender la filosofía,
prepárate desde el mismo principio a que se rían de ti, a sufrir las burlas de
la multitud, a escuchar que digan: “Se nos ha vuelto filósofo de repente”, o
bien: “¿De dónde sacó esa actitud tan arrogante?” Por tu parte, asegúrate de no
adoptar, por cierto, esa actitud arrogante y aférrate con constancia a las cosas
que hacen a tu bien, como alguien a quien Dios ha ordenado permanecer en ese
puesto. Porque recuerda lo siguiente: si te mantienes constante en tu posición,
terminarán admirándote las mismas personas que antes te ridiculizaban; pero si
te dejas convencer por los demás, harás el ridículo por partida doble.
23. Si, por complacer a los demás, alguna vez tu atención
queda prendada de lo externo, ten la certeza de que has arruinado tu estilo de
vida. Confórmate, pues, con ser un filósofo en todo y compórtate como un
filósofo si deseas que los demás te consideren como tal; eso será suficiente
para ti.
24. No dejes que te preocupe la idea de vivir en la deshonra
y de no ser nadie en parte alguna. Porque, si el no recibir honores fuese un
mal, entonces los demás tendrían el poder de hacernos desdichados; y no es así,
como que tampoco los demás pueden obligarnos a participar de algo innoble. ¿Es,
pues, asunto tuyo obtener poder o ser admitido en un festín? De ninguna manera.
Al fin y al cabo, ¿por qué carecer de poder o no ser invitado habría de ser un
deshonor? ¿Por qué habría de ser cierto que por ello no eres nadie en ninguna
parte? Lo que debes ser es alguien tan sólo en aquellas cosas que están bajo tu
propio control y en las que tu decisión es lo que más importa.
“Pero – me dirás – así no atenderé a mis amigos.” ¿Qué quieres decir con eso
de “atender”? No obtendrán dinero de ti, ni tú los harás ciudadanos romanos. ¿Y
quién te ha dicho que éstas son cosas que figuran entre las que se encuentran
bajo tu control y no son asunto de otros? ¿Acaso alguien le puede dar a otro lo
que él mismo no tiene? “Pues – me dirás – obtenlas para que puedas compartirlas
con los demás.” Muy bien, si puedo obtenerlas preservando mi honor, mi lealtad y
mi grandeza de ánimo, muéstrame el camino y las obtendré. Pero si pretendes que
pierda mi propio bien para que tú puedas obtener algo que no es un bien,
considera lo injusto y tonto que eres. Aparte de ello, ¿qué preferirías: tener:
una suma de dinero o un amigo con lealtad y honor? Más bien ayúdame a forjar
esas cualidades y no me pidas cometer actos por los que puedo perderlas.
“Está bien – me dirás – pero por ese medio no le aportarás nada a la
patria.” De nuevo: ¿qué quieres decir con eso? “Pues, - me contestarás – que la
ciudad no tendrá ni pórticos ni baños públicos.” ¿Y eso qué significa? Tampoco
un herrero le provee zapatos, ni un zapatero le suministra armas a la patria.
Por lo que basta con que cada cual cumpla acabadamente con su propia función.
¿No le harías un servicio a la patria dándole otro ciudadano honrado y leal? Por
supuesto que sí. “¿Qué lugar, pues – me preguntas – ocuparé en el Estado?”
Cualquiera que puedas desempeñar con honor y lealtad. Porque, si por el deseo de
ser útil pierdes esas cualidades, ¿qué provecho obtendrá la patria de alguien
que se ha vuelto desleal y corrupto?
25. ¿Han sentado a la mesa a alguien en un lugar mejor que
el tuyo? ¿Lo han saludado primero o han tomado su consejo y no el tuyo? Si estas
cosas son buenas deberías alegrarte de que al otro le hayan sucedido, y si son
malas, no te sientas afligido porque no te sucedieron a ti. Recuerda que si
para adquirir cosas exteriores que están fuera de tu control, no utilizas los
mismos medios que otros emplean, tampoco puedes esperar que te consideren digno
de una participación igual a la que ellos tienen. ¿Cómo podría alguien que no
frecuenta la casa de ningún famoso, que no visita y que no adula a los notables,
obtener lo mismo que quien hace todas esas cosas?
Serás, pues, injusto y avaro si no estás dispuesto a pagar el precio por el
cual estos favores son vendidos y pretendes obtenerlos gratis. ¿Por cuánto se
vende la lechuga? Digamos que por cincuenta céntimos. Si alguno paga ese precio
y se lleva la lechuga mientras tú, no pagándolo, te quedas sin ella, no imagines
que el otro te ha aventajado en algo. Porque, así como él tiene la lechuga, tú
seguirás teniendo los cincuenta céntimos que no gastaste. De modo que, si no has
sido invitado al banquete de una persona, es porque no has pagado el precio al
cual ese banquete se vende. Y se lo vende por adulaciones; se lo vende por
reverencias. Paga, pues, ese precio si te conviene. Pero si pretendes no pagar
el precio y aun así recibir los favores, eres un avaro y un imbécil. ¿Crees que,
si pierdes ese banquete, no obtienes nada a cambio? Pues, todo lo contrario:
obtienes el no haber adulado a quien no quieres adular y el no haber tenido que
soportar el trato que ese engreído dispensa a quienes lo visitan.
26. La voluntad de la naturaleza puede ser conocida por
acontecimientos similares. Por ejemplo, si el sirviente de un vecino rompe una
copa, o algo similar, nuestra tendencia es decir: “Estas cosas pasan”. Asegúrate
de reaccionar de la misma manera cuando sea tu sirviente y tu copa la que se
rompe. Aplica esto en forma similar a acontecimientos más importantes. ¿Ha
fallecido el hijo o la esposa de algún otro? Todos dirán en un caso así: “Es el
destino humano”. Pero cuando es el propio hijo quien fallece la exclamación es:
“¡Oh qué desdichado soy!” Deberíamos recordar cómo nos afecta la misma noticia
cuando se trata de los demás.
27. El mal está en la naturaleza como un blanco puesto para
enseñarnos a acertar; no para hacernos errar.
28. Si una persona le diese tu cuerpo al primer extraño que
se cruza en su camino, por cierto que estarías enojado. Sin embargo, no tienes
ningún reparo en entregarle tu mente a la confusión y a la mistificación ante
cualquiera que tenga el capricho de injuriarte.
29. En cualquier empresa, antes de actuar considera primero
los antecedentes y las consecuencias. De otro modo, comenzarás con entusiasmo
pero, al no haber pensado en las consecuencias, cuando surja alguna de ellas,
desistirás vergonzosamente. Te dirás: “Quiero vencer en los Juegos Olímpicos”.
Pero considera lo que antecede y lo que sigue; luego, si es para tu bien,
acomete la empresa. Piensa en que tendrás que respetar las reglas, someterte a
una dieta, abstenerte de frivolidades. A determinadas horas, te guste o no,
tendrás que ejercitar tu cuerpo ya sea que haga calor o frío; no beberás agua
demasiado fría y a veces ni siquiera vino. En una palabra, tendrás que
entregarte a tu maestro como si fuera tu médico. Luego, durante la contienda, es
posible que te arrojen en una zanja, que te disloquen un brazo, que te tuerzas
el tobillo, que tragues polvo, que te azoten y al final, quizás pierdas la
victoria. Si has evaluado todo esto y tu determinación sigue firme, entonces ve
a la contienda. De otro modo, ten presente que actuarás como los niños que a
veces juegan a los luchadores, a veces a los gladiadores, a veces hacen como que
tocan una trompeta y a veces hacen de actores de una tragedia cuando han visto
alguno de estos espectáculos. Así, tú también querrás ser una vez luchador, otra
gladiador, ahora filósofo, luego orador, y con toda tu alma no serás nada en
absoluto. Como un mono, imitarás todo lo que ves y hallarás placer en dejar una
cosa por otra pero todas te hartarán una vez que se han vuelto familiares.
Porque no habrás comenzado nada considerándolo en detalle, ni después de haber
estudiado el asunto por todos sus lados, ni después de haberlo analizado a
fondo, sino en forma temeraria y cediendo a un mero capricho.
Así, algunos, cuando han visto a un filósofo y escuchado hablar a un hombre
como Sócrates (aunque, realmente: ¡quién pudiera hablar como él!), de pronto
quieren ser filósofos también. ¡Oh hombre, quienquiera que seas! Considera
primero la cuestión y luego qué es lo que tu propia naturaleza está en
condiciones de sobrellevar. Si quieres ser un luchador, considera tus hombros,
tu espalda, tus muslos; porque las personas son diferentes y cada uno está hecho
para algo diferente. ¿Crees que puedes comportarte como lo haces y ser un
filósofo? ¿Crees que puedes serlo comiendo, bebiendo, enojándote y estando
desconforme como lo estás ahora? Pues no; deberás aprender a observar, tendrás
que trabajar, tendrás que sacar lo mejor de ciertas tendencias tuyas; deberás
dejar a los amigos; tal vez soportar que algún criado te desprecie, que se rían
de ti; que te releguen en todo: en magistraturas, en honores, en las cortes o en
la judicatura.
Cuando hayas considerado todas estas cosas por entero, medita sobre si
despidiéndote de ellas sigues deseando obtener serenidad, libertad y
tranquilidad de espíritu. En caso contrario, no vengas aquí. No hagas como los
niños, queriendo ser una vez filósofo, otra vez publicano, luego orador y
finalmente uno de los oficiales de César. Estos papeles no se condicen. Debes
ser una sola clase de hombre, bueno o malo. Debes cultivar, ya sea tu propia
facultad de dominio, o bien las cosas externas. Debes dedicarte ya sea a cosas
que están dentro de ti, o bien a las que están fuera de ti; esto es: debes
elegir entre ser un filósofo o alguien del vulgo.
30. Los deberes se miden universalmente por relaciones.
¿Alguien es un padre? Si lo es, esto implica que los hijos deberán en algún
momento cuidar de él, deberán obedecerle en todo, escuchar pacientemente sus
reconvenciones, sus correcciones. ¿Me dirás que es un mal padre? ¿Quién te dijo
que la Naturaleza, cuando te dio un padre, se obligó a dártelo bueno?
Y esto no se refiere tan sólo a tu padre. ¿Es injusto tu hermano? Pues mantén
tu situación respecto de él. No consideres lo que él hace sino lo que haces tú
para mantener tu libre albedrío en un estado conforme a la Naturaleza. Nadie
puede herirte si tú no lo consientes. Sólo te lastimarán si crees que has sido
lastimado. De esta forma, por lo tanto, aplicando la idea a un vecino, a un
ciudadano o a un general, podrás establecer los deberes correspondientes si te
acostumbras a considerar las diferentes relaciones.
31. Ten por seguro que la piedad esencial hacia los dioses
consiste en formarse un concepto correcto de ellos, creyendo que existen y que
gobiernan el universo con bondad y justicia. Toma la firme resolución de
obedecerlos y acatarlos, siguiéndolos voluntariamente en todos los
acontecimientos y considerando éstos como producidos por la más perfecta de las
inteligencias. De esta forma nunca dudarás de los dioses, ni los acusarás de
haberte desamparado.
Pero hay sólo una forma de hacer esto: retirándote de la aquellas cosas que
no están bajo tu control y viendo tanto el bien como el mal sólo en aquellas que
sí lo están. Porque si supones buenas o malas algunas de las cosas que no
controlas, cuando te desilusiones de lo que deseas o incurras en lo que habrías
querido evitar, necesariamente tendrás que culpar y aborrecer a quienes esto te
causaron. Porque todo animal está naturalmente constituido para evitar y huir
tanto de lo que puede causarle daño como de las causas de lo dañino; y por el
mismo principio, todo animal tiene la tendencia a perseguir y querer tanto
aquello que lo beneficia como las causas de lo beneficioso.
Así, pues, es imposible que quien se cree herido por alguien sienta también
simpatía por quien le hirió, del mismo modo en que es imposible que se alegre
por la herida misma. De allí también que, a veces el hijo maldice al padre
cuando éste no le imparte lo necesario para su bien y el imaginar que el Imperio
es un bien fue lo que causó la enemistad entre Polinices y Eteocles. Por ello,
también, es que el esposo, el marinero, el comerciante y todos los que pierden
mujer e hijos maldicen a los dioses. Porque allí en dónde está el interés
también está la piedad. De modo que, quien regula con cuidado sus deseos y sus
aversiones como corresponde, por el mismo principio también se preocupa por ser
piadoso. Pues cada uno tiene la obligación de honrar a los dioses conforme a las
costumbres de su país, con pureza, sin descuido, sin negligencia, sin mezquindad
y sin reticencia.
Notas:
Polinices y
Eteocles: eran hijos de los reyes de Tebas. Cuando su padre murió, los
dos hermanos se enfrentaron en una guerra en la que ambos
murieron.
Piedad: (pietas) : entendida aquí en su
acepción original como virtud que inspira, en primer lugar y por el amor a Dios,
una devoción a las cosas santas, y, en segundo lugar y por amor al prójimo,
actos de amor y compasión. (Cf. Diccionario de la Real Academia).
32. Cuando recurras a los augures recuerda que ignoras lo
que ha de suceder – ya que por eso los consultas – pero la naturaleza de lo que
ocurrirá es algo que sabes, al menos si eres un filósofo. Porque si es algo que
no depende de ti, de ninguna manera puede ser ni bueno ni malo. Por lo tanto, no
le lleves al augur ni deseo ni aversión ya que, si lo haces, te le acercarás
temblando. Adquiere primero un conocimiento claro de que todo acontecimiento,
sea de la clase que fuere, te es indiferente y no significa nada para ti porque
siempre estará en tu poder aprovecharlo para bien y nadie puede impedírtelo.
Acércate luego con confianza a los dioses y considéralos tus consejeros. Luego,
cuando te haya sido dado el consejo, recuerda qué clase de consejeros has
consultado y el consejo de quién ignorarás si desobedeces.
Recurre al oráculo, como Sócrates lo aconsejó, en aquellos casos en los que
toda la cuestión se refiere al azar y no puede ser entendida ni por la razón ni
por ningún otro arte. Por consiguiente, cuando nuestro deber es compartir el
peligro con un amigo o ir en defensa de la patria, es improcedente consultar al
oráculo sobre si debemos – o no – cumplir con ese deber. Pues, aunque el augur
nos presagie que el hado nos es desfavorable, esto significa tan sólo que hay
una muerte, una mutilación o un exilio en nuestro futuro. Pero poseemos
raciocinio y éste, aun a pesar de los riesgos, nos dirige hacia el más grande de
los oráculos – el dios Pytheo – quien expulsó de su templo a quienes no
socorrieron a un amigo cuando éste estaba siendo asesinado por otra persona.
Notas:
Pytheo: Según la
mitología griega, Piteo era el rey de Trecén. Se dice que fue tan sabio que
comprendió las profecías de Egeo mientras, para todos los demás, las mismas
resultaron incomprensibles..
33. Asígnate una conducta que puedas mantener tanto en forma
privada como en público.
Calla la mayor parte del tiempo, o bien habla sólo lo necesario y con pocas
palabras. Podemos, sin embargo, entablar un diálogo moderado si se llega a dar
la ocasión, pero abstengámonos de hacerlo sobre cuestiones comunes tales como
gladiadores, carreras de caballos, campeones de atletismo o fiestas, que son los
temas vulgares de conversación. Pero, principalmente, no hablemos sobre otras
personas; así evitaremos reproches, alabanzas y comparaciones. Por lo tanto, si
te es posible, dirige la conversación con los demás hacia temas apropiados y, si
no puedes hacerlo, guarda silencio.
No te rías como un desaforado, ni siempre, ni constantemente.
Evita los juramentos. Si puedes, no jures nunca; si no puedes, lo menos que
te sea posible.
Evita los espectáculos públicos y vulgares. Si ocasionalmente debes asistir a
ellos, vigila tu comportamiento a fin de que no caigas imperceptiblemente en
actitudes groseras. Ten por seguro que, por más íntegra y sana que sea una
persona, si conversa con un compañero infectado, terminará infectado él
también.
De las cosas relacionadas con el cuerpo, tales como carne, bebidas,
vestimenta, casas y criados, aprovisiónate tan sólo de lo necesario. Rechaza y
libérate de todo lo relacionado con la ostentación y el lujo.
En la medida de lo posible, prescinde del placer de las mujeres hasta que
estés casado; y si gozas de ese placer, hazlo legalmente. Pero no te vanaglories
de tu comportamiento ni critiques a quienes viven de otra manera.
Si te comentan que alguien ha hablado mal de ti, no te tomes el trabajo de
negar lo que ha dicho. Responde simplemente: “Es que no conoce mis otros
defectos. De conocerlos, hubiera hablado mucho más y peor.”
No es necesario que concurras con frecuencia a los espectáculos públicos;
pero si se presenta una ocasión apropiada para que lo hagas, no parezcas más
solícito con otros de lo que eres contigo mismo, esto es: toma las cosas
simplemente como son y que el vencedor sea el que ha vencido; de este modo no
tendrás dificultades. Evita por completo las aclamaciones, las burlas y las
emociones vulgares. Y cuando te retires no hagas largos comentarios sobre lo que
ha sucedido y sobre lo que no contribuye en nada a tu propia educación. De otro
modo, por medio de tus comentarios darías a conocer que has quedado
indebidamente impresionado con la vulgaridad del espectáculo.
No vayas por propia iniciativa a los ensayos de los poetas y los oradores, ni
aceptes fácilmente una invitación para hacerlo. Pero si concurres, mantén tu
compostura y tu calma, evitando al mismo tiempo parecer malhumorado.
Si conversas con alguien, y especialmente con una persona de mayor nivel,
imagínate cómo se hubieran comportado Sócrates o Zenón en una situación similar.
De esa forma no perderás la oportunidad de aprovechar correctamente todo lo que
se diga.
Si vas a una audiencia con alguien que está en el poder, imagínate que no lo
hallarás en su casa, que no te permitirá pasar, que no te abrirá la puerta, que
te ignorará. Si aun a pesar de ello es tu deber concurrir, soporta lo que suceda
y nunca te digas: “No valió la pena”. Porque esto es vulgar y propio del hombre
deslumbrado por las cosas externas.
En reuniones y conversaciones evita mencionar en forma excesiva y frecuente
tus hazañas y los peligros que has enfrentado. Por más agradable que sea para ti
mencionar los riesgos que has corrido, no necesariamente es igual de agradable
para los demás el escuchar tus aventuras. Del mismo modo, no te esfuerces por
hacer reír a los demás. Ésta es una cuestión resbaladiza que puede hacerte caer
en la vulgaridad y, aparte de ello, hacerte perder la estima de tus conocidos.
Igual de peligrosos son los intentos de tratar temas indecentes. Por lo tanto,
cuando suceda algo así y si hay una oportunidad adecuada para hacerlo, censura
al que comienza a hablar de ello o bien, al menos, guarda silencio y muestra tu
desagrado con la expresión de tu rostro.
34. Si te asalta la promesa de algún placer, cuídate de no
dejarte llevar por ella; deja que la situación aguarde tu decisión y procúrate
alguna demora. Luego represéntate dos momentos: aquél durante el cual gozarás de
ese placer y aquél durante el cual te arrepentirás de haberlo gozado. Hecho
esto, en contraposición con lo anterior, imagínate cómo te sentirás si te
abstienes. Y si aun así llegas a la conclusión que puedes gozar razonablemente
de ese placer, no te dejes dominar por su seducción y por su fuerza agradable y
atractiva; considera que lo más excelso de todo placer es el saber que se lo ha
dominado y vencido.
35. Cuando hagas algo que, según tu mejor criterio, debe ser
hecho, nunca tengas vergüenza de que te vean haciéndolo, aun cuando todo el
mundo pueda formarse una idea equivocada de lo que haces. Porque, si no has de
obrar rectamente, desiste de la acción misma; pero si tu obrar es recto, ¿por
qué habrías de temer a quienes te juzgan en forma equivocada?
36. Así como la proposición “O bien es de día, o bien es de
noche” es muy cierta formulada con partícula disyuntiva y completamente falsa
con partícula conjuntiva, del mismo modo el tomar la porción más grande en un
banquete es muy apropiado para el apetito corporal pero completamente
inconsistente con el espíritu social de una reunión. Por lo tanto, cuando comas
con otros, ten presente no sólo el valor que para tu cuerpo tienen las cosas
colocadas sobre la mesa, sino el valor del comportamiento que se le debe a la
persona que ofrece el banquete.
37. Si has asumido un cargo superior a tus fuerzas, no sólo
tendrás un mal desempeño en él sino que perderás el que hubieras podido ejercer
con éxito.
38. Cuando caminas tienes cuidado de no pisar un clavo o de
no torcerte en pié. De la misma manera, cuídate de no dañar la facultad que
gobierna tu mente. Si respetamos esto en cada acción, todo lo que emprendamos lo
haremos con mayor seguridad.
39. Para cada uno, el cuerpo es la medida de lo que le
corresponde, así como el pié es la medida del calzado. Por lo cual, si te
limitas a ello, mantendrás la medida; pero si vas más allá de ello, si en el
calzado excedes la medida de tu pié, pretenderás primero un calzado de oro,
luego de púrpura y luego otro cubierto de piedras preciosas. Una vez que hayas
excedido la medida adecuada ya no sabrás dónde está el límite.
40. A partir de los catorce años a las mujeres se las halaga
con el título de “doncellas”. Al percibir que se las considera tan sólo
calificadas para darle placer a los hombres, comienzan a adornarse y a poner
todas sus esperanzas en su apariencia. Por ello, deberíamos esforzarnos por
hacerles ver que las apreciamos, no por sus ornamentos, sino porque son
decentes, modestas y discretas.
41. Es un indicio de falta de genio el dedicarle demasiado
tiempo a las cosas relacionadas con el cuerpo como el perder un tiempo exagerado
en ejercicios físicos, en comer, en beber y en las demás funciones corporales.
Todo ello debería ser practicado en forma circunstancial y moderada. Nuestra
mayor atención debería estar centrada en el entendimiento.
42. Si una persona te perjudica o habla mal de ti, recuerda
que actúa suponiendo que está bien actuar así. No es posible pensar en que
actuaría según lo que te parece bien a ti pero no le parece bien a él. Por lo
tanto, si está juzgando a partir de una falsa apariencia, es él quien se
perjudica porque él es quien se engaña. Porque si alguien supone que una
proposición verdadera es falsa, la proposición no dejará de ser verdadera, pero
el que la supuso falsa se perjudicará por su error. Partiendo, pues, de estos
principios, tolera con paciencia a la persona que te injuria y, en cada una de
esas ocasiones, dirás tan sólo: “Así le pareció a él”.
43. Todo tiene dos caras; siendo que una de ellas es
soportable y la otra no lo es. Si tu hermano actúa de un modo injusto, no te
aferres a esa acción por la cara de la injusticia porque por ella no lo podrías
soportar. Considera la otra cara de la cuestión: es tu hermano y os habéis
criado juntos. De esta forma habrás considerado el asunto por el lado en que se
lo puede sobrellevar.
44. Los siguientes razonamientos no se condicen: “Soy más
rico que tú, por lo tanto soy mejor”; “Soy más elocuente que tú, por lo tanto
soy mejor”. Lo que se condice es más bien lo siguiente: “Soy más rico que tú,
por lo tanto mis propiedades son mayores que las tuyas”; “Soy más elocuente que
tú, por lo tanto mi estilo es mejor que el tuyo”. Sin embargo, después de todo,
tú no eres ni una propiedad ni un estilo.
45. ¿Alguien se lava en muy poco tiempo? No digas que se
lava mal sino que se lava rápido. ¿Alguien toma una gran cantidad de vino? No
digas que no sabe beber, simplemente di que toma mucho. A menos que conozcas la
razón por la cual alguien actúa de determinada manera ¿cómo puedes saber si
actúa mal? Actuando de esa forma no correrás el riesgo de opinar guiado por las
apariencias sino guiado solamente por lo que has comprendido bien.
46. No digas nunca que eres un filósofo ni te pongas a
hablar extensamente ante ignorantes sobre los principios que sustentas; limítate
a actuar conforme a dichos principios. Así, en un banquete no te pongas a hablar
sobre como se debe comer sino come como se debe. Recuerda que fue de esta manera
que Sócrates evitó toda ostentación. Y cuando se le acercaban personas
pidiéndole que las recomendara a algún filósofo, él iba y las recomendaba; tan
poco le importaba que lo pasaran por alto.
De modo que si los ignorantes se ponen a hablar de problemas filosóficos en
tu presencia, guarda silencio todo lo que te sea posible. Es muy peligroso
vomitar lo que todavía no has digerido. Y si alguno te dice que no sabes nada y
no te sientes ofendido por ello, ten la seguridad de que estás en el buen
camino. Las ovejas no vomitan el pasto para mostrarle a los pastores cuánto han
comido; digieren la comida por dentro y por fuera producen lana y leche. Por lo
tanto, procede de similar manera y no expongas tus principios a los ignorantes;
muéstrales el comportamiento que producen luego de haber sido digeridos.
47. Si has aprendido a satisfacer las necesidades de tu
cuerpo con poco, no te vanaglories de ello. Si sólo tomas agua no te pongas a
decir en cada ocasión: “Yo tomo agua”. Considera primero cuanto más frugales y
pacientes en el infortunio que nosotros son los pobres. Pero si alguna vez te
dedicas al trabajo intenso, hazlo por ti mismo y no para exhibirlo al mundo
entero. No trates de llamar la atención con ello. Si estás muy sediento,
enjuágate la boca con un poco de agua fría y no se lo digas a nadie.
48. La condición y característica de una persona vulgar es
que nunca espera ni beneficio ni perjuicio por causas propias sino siempre por
causas externas. La condición y la característica del filósofo es que espera
todo beneficio y todo perjuicio tan sólo de si mismo. Al hombre culto se lo
reconoce por no censurar a nadie, no alabar a nadie y no acusar a nadie. Es
alguien que no habla de sí mismo haciéndose el importante o pretendiendo saber
algo. Si en cualquier situación tiene dificultades o fracasos, sólo se acusa a
sí mismo, Si es alabado, secretamente se ríe de la persona que lo alaba y, si es
criticado, no se defiende; pero se mueve con la precaución de los
convalecientes, temiendo mover algo antes de que esté perfectamente curado. El
sabio suprime dentro de sí todo deseo, transfiere su aversión sólo a las cosas
que menoscaban el empleo adecuado de su libre albedrío. Cuando ejerce un poder
activo sobre cualquier cosa lo hace siempre de un modo muy moderado. No le
importa parecer estúpido o ignorante y, en una palabra, se considera a sí mismo
como un adversario emboscado.
49. Cuando alguien se vanaglorie de su capacidad para
comprender e interpretar los libros de Crisipo piensa lo siguiente: “Si Crisipo
no hubiera escrito en forma oscura, esta persona no tendría de qué envanecerse.
Pues ¿qué es lo que busco? Mi objetivo es comprender a la Naturaleza y seguirla.
Cuando pregunto quién la ha interpretado, encuentro a Crisipo y recurro a él.; y
si no lo entiendo busco a alguien que me lo interprete.”
Pero hasta aquí no he hecho nada loable, porque cuando haya encontrado ese
intérprete, todavía me faltará lo principal, que es seguir sus instrucciones;
pues si me quedo admirando tan sólo la interpretación, no me convertiré en
filósofo sino en literato. Tan sólo que, en lugar de explicar a Homero,
disertaré sobre Crisipo. Por lo tanto, si alguien me pide que le lea a Crisipo,
lo que me da vergüenza no es no entenderle, sino que no puedo demostrar que mis
actos se hallan de acuerdo y en consonancia con su discursos.
Notas:
Crisipo de
Soli: (Siglo III AC) fue uno de los más grandes estoicos. Discípulo de
Cleantes es considerado uno de los máximos exponentes de la filosofía estoica.
Diógenes Laercio llegó a decir de él: “Si los dioses se ocuparan de dialéctica,
utilizarían la dialéctica de Crisipo”.
Homero: (Siglo VIII
AC) con este nombre se conoce a un poeta y rapsoda griego al que se le atribuyen
las principales poesías épicas griegas: la Ilíada y la Odisea.
50. Sean cuales fueren las reglas morales que te has
propuesto, respétalas como si fuesen leyes, como si cometieses sacrilegio al
violar cualquiera de ellas. No te preocupes por lo que digan de ti porque, al
fin y al cabo, eso no es algo que te deba importar.
¿Cuánto tiempo más piensas tardar en ser digno de los más elevados progresos
y en seguir los dictados de la razón? Has recibido los principios filosóficos
con los cuales debes estar familiarizado. ¿Qué otro maestro estás esperando para
comenzar a enmendarte? Ya no eres un adolescente sino un adulto. Por
consiguiente, si continúas siendo negligente y perezoso, y siempre aplazas las
cosas añadiendo excusas a más excusas, posponiendo el día en que te dedicarás a
ti mismo, se te pasará la vida sin darte cuenta y, sin haber progresado,
seguirás siendo alguien del vulgo hasta el día de tu muerte.
En este mismo instante, pues, piensa que eres digno de vivir como un adulto
que se perfecciona. Considera todo lo óptimo como una ley inviolable. Y si se te
presenta un momento de dolor o de placer, de gloria o de desgracia, recuerda que
el combate es ahora. Ahora es cuando comienza la Olimpíada, y no puede ser
postergada.
Si te dejas vencer una vez y te entregas, tu progreso se habrá perdido;
procediendo de la forma contraria, lo mantendrás. Así es como Sócrates se volvió
perfecto, aprovechándolo todo para ser mejor y no escuchando otro consejo que el
de la razón. Si bien todavía no eres un Sócrates, debes, sin embargo, vivir como
alguien que se ha propuesto ser como él.
51. La primera y más indispensable cuestión en filosofía es
la aplicación de los principios morales tales como: “No mentirás”. La segunda es
la de las demostraciones, tales como: “Cual es el origen de nuestra obligación
de no mentir”. La tercera consolida y articula las primeras dos estableciendo,
por ejemplo: “Cual es el origen de esta demostración”. Porque, ¿qué es una
demostración? ¿Qué es una consecuencia? ¿Qué es contradicción? ¿Qué es la
verdad? ¿Qué es falso? La tercera cuestión es, pues, necesaria para la segunda y
la segunda para la primera. Pero la más necesaria de todas es la primera y es a
ella que debemos atenernos.
Y, sin embargo, por lo general, hacemos justamente lo contrario: perdemos
todo nuestro tiempo en la tercera cuestión, descuidando por completo la primera.
Por lo que mentimos, e inmediatamente nos disponemos a explicar cómo se
demuestra que no está bien mentir.
52. En toda ocasión deberíamos tener siempre a mano las
siguientes máximas:
“Júpiter y Décima, conducidme
doquier vuestros decretos han establecido mi
puesto.
Obedezco alegremente, y de no hacerlo,
malvado y arruinado igual
tendré que obedecer.”
Cleantes.
“Quien obedece correctamente al Destino
sabio es entre los
hombres
porque conoce las leyes del cielo.”
Eurípides,
Frag.965
Y este tercero:
“Oh Critón, si así place a los dioses, deja que así sea.
Anito y Melito
pueden matarme, por cierto; pero hacerme daño, no pueden.
Platón: Critón
y Apología de Sócrates.